En una tarde de sábado, un cazador recibió una visita inesperada. Este, al no encontrar qué invitarle de comer, se fue en pos de una de las perdices que había atrapado en sus correrías,
En una tarde de sábado, un cazador recibió una visita inesperada. Este, al no encontrar qué invitarle de comer, se fue en pos de una de las perdices que había atrapado en sus correrías, y cuando se disponía a matarla, el animal, con lenguaje suplicante, le dijo:
– Se lo suplico buen hombre, no me mate! Le prometo que volaré por estos campos y le traeré, atrapadas con mis engañifas, siete u ocho perdices de carne más apetitosa que la mía que, como puede ver, es flaca y no muy buena que digamos.
Escuche, buen señor, el discurso que diré para engañarlas:
«Muy respetables señoras perdices: El señor Trotamontes tiene un corazón de oro, además, es el mejor amigo de las perdices y su único empeño es servirles los mejores granos de este mundo…»
– ¡Calla, ave embustera! –respondió el cazador–. Lo que quieres es salvar tu vida engañando a tus congéneres. Tu discurso es una razón más para sacrificarte, puesto no perdonas ni a tus semejantes.
Y dicho esto, la sacó de la red y le torció el pescuezo.
Moraleja: Quien con alevosía suele proceder, duro castigo tarde o temprano va a tener!
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