En un bosque vivía un chimpancé cuya inteligencia sobresalía de los demás de su especie. Y no era para me-nos pues éste era muy estudioso, y su único sueño era poder llegar a ser un gran arquitecto.
En un bosque vivía un chimpancé cuya inteligencia sobresalía de los demás de su especie. Y no era para me-nos pues éste era muy estudioso, y su único sueño era poder llegar a ser un gran arquitecto. Tenía un amigo, al cual quería mucho, un simpático cervantillo. Un día chimpancé le prometió lo siguiente a su querido amigo:
–Cuando sea un famoso arquitecto voy a hacerte una hermosa casita. Será la más segura de toda la selva. Ni la lluvia ni el frío podrán hacerle daño y nadie podrá decir que los chimpancés no servimos sino para divertirnos–.
–Eso es bueno siempre y cuando trabajes con mucha precaución, no sea que te ocurra alguna desgracia – dijo don Oso, que pasaba por ahí y había escuchado la conversación.
El chimpancé no hizo caso alguno de las palabras de don Oso y después de un tiempo y para cumplir con la promesa hecha a su amigo, Chimpancé se puso a la tarea de construirle su casa a su amigo el cervantillo. Lleno de entusiasmo puso manos a la obra. En eso estaba cuando de repente una ardillita que vivía justo encima del cervatillo, al ir a coger una piña, se le resbaló de las manos y fue a caer directamente sobre la cabeza del chimpancé constructor, quien en ese momento estaba desprevenido. Tremendo chichón se le hizo a nuestro pobre amiguito. Desde ese día trabajó siempre con el casco puesto sobre la cabeza. Amiguitos, recuerden esto. Hombre precavido vale por dos.
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