Dos hombres, un cojo y un ciego, llegaron a la orilla de un río que forzosamente debían atravesar; pues, éste carecía de puente. Pero la corriente había crecido un poco, así que, ante esta dificultad
Dos hombres, un cojo y un ciego, llegaron a la orilla de un río que forzosamente debían atravesar; pues, éste carecía de puente. Pero la corriente había crecido un poco, así que, ante esta dificultad inesperada,
el cojo dijo a su compañero:
– Aquí hay un río bastante bravo, que para ser franco, mis piernas no podrán cruzarlo.
Entonces el ciego dijo: – Yo lo pasaría si pudiese ver, pero como me falta la vista temo resbalar y ahogarme…. ¡Dios mío, qué haremos! Al momento el hombre con la pierna mala, reaccionando, agregó:
– ¡Tengo una magnífica idea! Mira, tus piernas serán mi sostén y mi vista, nuestra guía. Ayudándonos mutuamente, estoy seguro que pasaremos sin dificultad a la otra orilla del río. En efecto, el cojo se acomodó lo mejor que pudo sobre los hombros del ciego y así ambos alcanzaron felices y seguros la otra ribera, llegando a la ciudad antes del tiempo calculado.
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