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El Traje Nuevo del Emperador

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Existen muchos cuentos infantiles hermosos y que son  clásicos, pero además, por mucho que se cuenten, no dejan de gustar a grandes  y chiquitines.  Y en este mundo de ilusión y fantasía todo es posible, y en esta ocasión el cuento que volvemos compartir con ustedes es el de….

En una tierra lejana, muy lejana, hace ya muchos años vivía un emperador muy vanidoso a quien le gustaban tanto los trajes nuevos que gastaba exorbitantes sumas de dinero en la hechura de éstos.

 Lo único que le importaba era estrenar un traje nuevo cada día y verse bien en sus presentaciones en público. Ya tenía tantos que bien podía ponerse uno cada hora del día durante todo el año y aún así mandaba traer a sastres de todas partes para que le diseñaran trajes nuevos. Es por eso que todos los días llegaban tejedores de todas las partes del mundo para hacerle más atuendos.

  Un día se presentaron ante el soberano dos estafadores que se hacían pasar por sastres profesionales, asegurando tejer las telas más hermosas, con colores y dibujos nunca antes vistos. Según éstos, la tela que poseían era muy especial y de extraordinaria calidad por lo que aquella persona que no fuera calificada para su posición o que fuera realmente tonta, no podría verla, pues ésta se hacia invisible.

  El Emperador pensó: me voy a mandar hacer un traje de ésos; así, cuando me lo ponga, podré saber qué personas de mi reino no son adecuadas para su empleo; además, podré distinguir a los sabios de los tontos.

  Llamó a aquellos hombres y les adelantó una gran suma de dinero para que pudieran comenzar su obra cuanto antes. Los estafadores instalaron un telar ante el que se sentaban, hacían como que trabajan, pero lo cierto es que en el telar no había nada. Y mientras tanto, se suministraban de las sedas más finas y de oro, mucho oro.

  Un día, el Emperador se dijo que ya era hora de saber cómo iba su traje. Entonces, decidió mandar al primer ministro a ver el adelanto de su nuevo vestido, pues este hombre era muy inteligente y capaz; incluso se jactaba que no había nadie en el reino más capaz que él para ocupar ese puesto. Pero al entrar éste a la sala, se llevó un buen susto “¡Dios me ampare!

¡Pero si no veo nada!”….

  Pero no soltó palabra. Los dos bandidos le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos los colores y los dibujos. Le señalaban el telar vacío y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, sin ver nada. Pero los bandidos insistían: “¿No dices nada del tejido? El hombre, asustado, acabó por decir que le parecía todo muy bonito, maravilloso y que diría al Emperador que le había gustado todo. Y así lo hizo.

 En tanto, los estafadores pidieron más dinero, más oro. Poco después el Emperador envió otro ministro para inspeccionar el trabajo de los dos bandidos. Y le ocurrió lo mismo que al primero. Pero salió igual de convencido de que había algo, de que el trabajo era formidable.

 Pero pasó el tiempo y no le entregaban nada, así que el Emperador quiso cerciorarse en persona de los avances de su nuevo vestido y seguido de su séquito, se encaminó al taller. Los supuestos tejedores hilaban en el vacío y sin ningún hilo. Al entrar no vio nada. Los bandidos le preguntaron sobre el admirable trabajo y el Emperador pensó: “¡Cómo! Yo no veo nada.

Eso es terrible. ¿Seré tonto o acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso”. Con miedo de perder su cargo, el emperador dijo: – ¡Oh, sí!, es muy bonita. Me gusta mucho. La apruebo.

 Todos de su séquito le miraban y remiraban. Y no entendían al Emperador que no se cansaba de lanzar elogios a los trajes y a las telas. Y se propuso estrenar aquel vestuario en la próximo desfile, que tendría lugar dentro de pocos días en las calles de la ciudad.

 El Emperador condecoró a los bribones y los nombró tejedores imperiales. Sin ver nada, el Emperador probó los trajes, delante del espejo. Los probó y los reprobó, y aunque él seguía sin ver nada de nada, todos exclamaban: “¡Qué bien le sienta! ¡Es un traje precioso!”.

 El gran día, los dos estafadores pidieron vestir al Soberano y hacían movimientos como si de verdad tuvieran entre sus manos un rico traje. El Emperador se vio al espejo y quedó satisfecho.

  Salieron a la calle y todos, por no parecer tontos o incapaces, con grandes aspavientos celebraban el nuevo traje del Emperador, que lo portaba con un gran señorío.

 De pronto, un niño gritó desde una ventana:
– Pero si no lleva nada encima… ¡el Emperador va desnudo por la calle!

  Era la voz de la inocencia, que se fue repitiendo una y otra vez por todo el pueblo y todas las calles de la ciudad.

  El soberano tembló de rabia y de vergüenza, aunque comprendió que la gente tenía razón, su arrogancia había sido castigada y él iba desnudo por la calle.  Pensó, sin embargo, que debía seguir el desfile hasta el final y afrontar con valentía su torpe decisión…. Y aunque fue un buen gobernante y su pueblo era feliz, desde aquel nefasto día y hasta su muerte, la gente lo llamó el Rey Tonto!

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado!!!

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