EFE
Dos policías, un universitario y un jubilado buscan entre cientos de libros usados en la librería de Popol Vuh. Los primeros exploran en títulos de literatura universal, como Julio Verne o Mark Twain; el segundo alborota los códigos de Derecho, y el anciano escudriña en una colección española de pasta de cuero para encontrar el volumen que falta en su biblioteca…
Estos clientes tan heterogéneos son habituales en las decenas de ventas de libros usados del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala. Eduardo Cot, dueño del negocio bautizado en honor al libro sagrado en la cosmovisión maya -Popol Vuh-, es uno de los comerciantes que tratan de fomentar la lectura con la venta de libros usados: crear un porvenir a través de obras señeras.
“Aprendí a sobrevivir en el mundo de libros en un país que casi no lee”, dice Cot sentado en el medio de su oficina rodeada de libros de extremo a extremo, y con los textos de su autor favorito, el mexicano Juan Rulfo, en un lugar privilegiado: sobre su escritorio.
El librero, un indígena originario de Patzún, en Chimaltenango, asegura que cuando llegó a la capital guatemalteca apenas leía. Tampoco hablaba español: “Mi idioma materno es el Kaqchikel y difícilmente me gustaba leer. Mi primer jefe en una venta de libros me ayudó a amar la lectura y el mundo de los libros”.
Cot limpia sus anteojos mientras recuerda el pasado: “La mayoría de libreros del Centro somos indígenas, yo ayudé a muchos a establecer sus negocios acá cerca. Sin la lectura seguro yo estaría todavía cosechando en el campo”, sentencia este hombre afable de 40 años, estudiante de periodismo en la Universidad de San Carlos y escritor sobre literatura en el diario local Prensa Libre.
En este país, vivir de la literatura es una tarea titánica. Según el Consejo de Lectura de Guatemala, de cada 100 personas solo una lee por placer; una estadística muy alejada de los países con más hábito en Latinoamérica, como Argentina y Chile, que según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) tienen un promedio de lectores de más del 70 por ciento.
A tres cuadras, en la librería el Buhó, su propietaria, Ligia de Galvéz, compra un libro de Franz Kafka a un transeúnte. Revisa que el ejemplar esté en buen estado y cierra el trato por menos de dos dólares: “Este libro lo puedo vender a 25 quetzales (poco más de tres dólares)”, dice la vendedora después de que el transeúnte se retira.
Ligia lleva más de 30 años vendiendo libros usados. Empezó el negocio junto con su esposo, fallecido en el 2015.
“Empezamos con los libros y discos que teníamos en casa, luego fue creciendo el negocio”, menciona de pie rodeada por estanterías de tres metros y llenas de una cantidad de libros que no ha podido contabilizar.
Sus lecturas favoritas son el francés Alejandro Dumas y las encíclicas del papa Juan Pablo II. Pero es consciente de que la falta de cultura y el analfabetismo afecta a la venta de libros en el país: “Ahora los niños están muy metidos en sus tablets, no conocen el gozo de oler un libro, no hay comparación entre ambos”.
En la librería Los Cuchumatanes, ubicada a tres puertas de distancia, Douglas Nolasco, el propietario, se lamenta por la falta de clientes, pero dice que mientras pueda se va a dedicar a vender libros usados: “En Guatemala comprar libros nuevos es muy caro, aquí hay opciones baratas, al final el contenido es el mismo, no se necesita de un libro fino para aprender”.
Nolasco, de 30 años, estudia derecho en la universidad pública. Tiene un retrato del premio nobel de literatura guatemalteco Miguel Ángel Asturias en lo alto de su negocio y una foto de los Beatles cruzando Abbey Road en la entrada.
“Me gustaría que los guatemaltecos salieran armados con libros y no con pistolas a las calles, por eso sigo vendiendo aunque no sea un gran negocio”.
Cada tanto, los vendedores se juntan en ferias y se colocan en lugares públicos tratando de captar nuevos clientes, vendiendo libros a menos de un dólar.
“Sobrevivimos gracias a los compradores, no a los lectores”, dice Cot mientras acomoda una de las tres versiones distintas que tiene del Popol Vuh: “Si no fuera por los coleccionistas o quienes compran libros para adornar su casa, no podríamos seguir vendiendo”.
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