Por: Dr. Humberto Caspa
Estamos a más de dos años de las próximas elecciones presidenciales y los medios de comunicación ya tienen –en su “mente”– a los dos finalistas de la contienda política.
En una esquina, representando al partido político, se encuentra el senador del estado de Florida Marco Rubio; y movilizando las riendas de los demócratas está la ex secretaria de Estado, ex senadora de New York y ex primera dama Hillary Rodham-Clinton.
Los dos todavía no se han pronunciado si van o no participar en las elecciones de 2016, pero es cuestión de tiempo para que se presenten ante los medios de comunicación y suscriban su campaña política con el estandarte del “cambio”.
No solamente Rubio o Rodham Clinton, sino todos los candidatos políticos que participan en las elecciones presidenciales hacen resaltar políticas prodigiosas que son, aparentemente, únicas de su tipo.
Antes sus ojos tienen a un país demolido por la crisis económica y política, y son ellos los únicos capaces de sacarlo de ese debacle. De pronto se convierten en mesías y salvadores; son los que proponen políticas coherentes y visión a futuro. Hasta David Duke, ex dirigente del grupo racista de Ku Kluk Klan, trató de hacernos creer que su campaña en las elecciones de 1992 estaba encarnada de bendiciones.
Sin embargo, las candidaturas de Rubio y de Rodham-Clinton si inyectarían algún tipo de cambio en la sociedad norteamericana. Esa supuesta transformación ocurriría, tal como sucedió con el presidente Barack Obama, dentro de la política interna, pero no habría algún cambio mayúsculo a nivel externo; es decir en la forma cómo se configuran las políticas internacionales.
Por una parte, una presidencia de Rubio permitiría una imagen menos imperialista. Con Obama se mejoró ostensiblemente la postura norteamericana ante los ojos del mundo. Empero, una política clara hacia la región latinoamericana todavía no ha sido elaborada ni por el gobierno de Obama ni menos por las otras administraciones que la antecedieron.
A pesar de ser un producto directo de “guerra fría” y de la lucha contra la izquierda latinoamericana, una Administración Rubio cambiaría la relación estadounidense con los países de esta región.
Por otra parte, con un gobierno de Rodham-Clinton, la Unión Americana pondrían ante los reflectores del mundo una mujer altamente capacitada –por su experiencia y conocimientos– en la resolución de conflictos internos y externos. Su llegada al máximo poder de Washington produciría un cambio revolucionario que movería masas a nivel local y mundial. Por primera vez –tal vez desde la llegada de Elizabeth I al Reino de Inglaterra– un país hegemónico sería liderado por una mujer.
Así, las próximas elecciones presidencias de 2016 serán tan históricas como la de 2012. Por razones puramente de aprecio, la gran candidata a la presidencia es Hillary Rodham-Clinton. Su posición de favorita no se debe simplemente a su género, sino también a su carisma, su experiencia y a sus conocimientos políticos, los cuales son idóneos para gobernar una sociedad eternamente cambiante.
Humberto Caspa, Ph.D., es profesor e investigador de Economics On The Move. E-mail: hcletters@yahoo.com.
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