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La Calle de la ESCONDIDA

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  Ramiro Béjar de Abarca tuvo desde niño una vida fácil y llena de comodidades. Estudió porque lo obligaron sus padres, pero aprendió algunas cosas por gusto y se podía decir que era una persona refinada que lo mismo terciaba con nobles en la corte española, que con marinero y  navegantes, pues le gustaba cruzar los mares. 

 Un día el joven decidió embarcarse rumbo a la Nueva España y ver con sus propios ojos las maravillas que le contaban del Nuevo Mundo. Aunque no venía en busca de fortuna, llegó con recomendaciones de gente de la alta sociedad española y con encargos y consejos para el Virrey de México don Miguel Grúa Talamanca.  Pronto el virrey lo tomó como su hijo.  Le dio entrada en la corte y lo presentó con la alta sociedad de la colonia.

  Pero una tarde Ramiro conoció a Rosa Angélica Tavárez y de inmediato quedó prendado de la singular belleza, clase y altivez de la doncella.

   A los meses, se presentó el virrey en persona en la residencia de la dama y sin mucho protocolo la pidió para esposa de Ramiro, pensando, como sucedió, que no se la negarían. 

  Pronto se arregló la boda y se estableció la dote como era costumbre.  Y como no hay plazo que no se cumpla, se llego el gran día en que Ramiro y Rosa Angélica uñirían sus vidas en matrimonio. Pero los rumores de admiración a la llegada de los novios a la catedral y los comentarios al ver la elegancia, fueron cambiando y en voz baja se empezó a murmurar lo triste que se le veía a la bella doncella. Se miraba como apagada, como ausente. Apenas levantaba la cabeza y hasta su andar, antes garboso, parecía como si fuera una anciana. Nunca volteó su vista para ver a Ramiro y sus ojos se llenaban de llanto, que en vano trataba de ocultar… Más que frases, gemidos parecían sus respuestas a lo que el obispo celebrante le preguntaba.  Su palidez aumentó cuando el párroco les dio la bendición tras el consabido:… “hasta que la muerte los separe”.

   A la boda convidaron los padres de la novia a lo mejor de la Nueva España. Todo en el lugar era lujo y elegancia. Y así empezaron a llegar los exquisitos olores que despiden los ricos manjares y ya todos están esperando a la mesa únicamente que aparezca la novia, la esposa de Ramiro Béjar de Abarca, pero tarda en aparecer, primero va una sirvienta a buscarla, luego otra y al final todos andan por la casa buscando a rosa angélica que no aparece por ningún lado. Unos buscan en el fondo del pozo, otros en los jardines, por todas partes buscan y no la encuentran. Ramiro, a voces primero y después con gritos de rabia, llama a su esposa. Pasan las horas y sin ninguna explicación, la nueva esposa ha desaparecido. Comentando se van retirando los invitados poco a poco, atrás quedan los elegantes manteles y las ricas viandas, no hubo banquete, todo es tristeza en la casa, mientras Ramiro, blasfemando como loco, da grandes pasos de un lado a otros de la habitación,  como si fuera un tigre en una jaula.

  Pasados algunos días, se supo que Angélica se había ocultado en una enorme tinaja a donde sólo por las noches iba una fiel sirvienta a llevarle comida y agua. No sentía amor por el esposo a quien la entregaban sin pedir siquiera su opinión, menos su consentimiento.

— “No puedo dar mi cuerpo sin el alma. -Dijo a sus padres- No seré de Ramiro, denle mi fortuna, mis alhajas, pero yo no seré suya”.

  Sus padres trataron de convencerla, pero ella se negó, argumentando que ya antes había jurado nunca ser de Ramiro, por eso, si no lo amaba, no engañaba. Y Dios la entendería.

   Durante meses buscó Ramiro a su esposa, pero ella no aparecía, era como un fantasma. El joven creía que estaba escondida en su casa, pero también sabía cuáles podrían ser las razones, no lo amaba, y por eso un día, cansado se regresó a España.

  La reina le preguntó por su esposa y Ramiro le contó la historia. Agregó que se negaba a seguirlo, porque nunca se vieron cara a cara.

— “Pues bien, -dijo la reina- cuando supe que se casaba contigo di un decreto nombrándola mi dama, así que daré orden que me la traigan”.

  Y cumplió su promesa y un día llegó Rosa Angélica a la corte española y se presentó ante la reina y le suplicó que no la obligara a entregar su cuerpo a quien no quería. “..que obedezca a quien no amo, porque no he de darle nunca ni la materia ni el alma”. La reina, al ver las copiosas lágrimas de Azucena, se enterneció, la comprendió y la consoló

— “Allá estuviste escondida, aquí no, porque te ampara la reina, vivirás en esta corte con todas la atenciones de mis damas y me acompañarás a donde vaya”.

  Y Así fue, Rosa Angélica y la reina llegaron a ser grandes amigas.

 Un día se supo que Ramiro había muerto en Málaga y Angélica pudo casarse con un doncel de la corte, de quien sí estaba enamorada y de quien era correspondida. Regresó con su esposo a Nueva España y vivieron muy felices, muchos años.

 Cuentan que después de esconderse en la tinaja, para no dejarse ver de su esposo, Angélica se fue a esconder a la humilde casa  de uno de los sirvientes de su padre y allí estuvo escondida por muchos meses. Cuando la gente supo la historia completa de doña Rosa Angélica, a la calle donde estaba aquella humilde casa le llamaron La calle de la escondida y ese nombre llevó por muchos años… 
    
           Así lo cuenta la leyenda y así lo contamos nosotros..

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