Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino una madrastra tan altanera y orgullosa como nadie ha visto jamás con dos hijas que habían heredado su carácter además de que eran muy feas. L
Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino una madrastra tan altanera y orgullosa como nadie ha visto jamás con dos hijas que habían heredado su carácter además de que eran muy feas. La madrastra odiaba las buenas cualidades de la joven que era buena y dulce. Esto convertía a sus propias hijas en más odiosas todavía, y por eso, la cargó con los trabajos caseros más pesados y desagradables; haciéndole fregar la vajilla y limpiar su habitación y la de sus hijas. Debido a esto sus vestidos estaban siempre tan manchados de mugre y ceniza, por eso, despectivamente la llamaban Cenicienta. Sin embargo, no dejaba de ser cien veces más bella que sus hermanastras, a pesar de que ambas vestían con magnificencia.
Un día el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
– Tú Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó el día del baile y Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Las siguió con los ojos durante mucho tiempo, hasta que ya dejó de verlas y entonces, se puso a sollozar inconsolablemente.
De repente, su hada madrina, se apareció y le preguntó por que lloraba.
-¡Es que yo quería, yo quería… ! Cenicienta sollozaba tan fuerte que no pudo acabar. Su madrina, inquirió:
-Tú querías ir al baile, ¿no es verdad?.
-¡Ay, sí! –dijo Cenicienta suspirando..
-Bien –respondió el hada-, yo te haré ir.
Y diciendo Bibiri-babiri bu!!, las palabras mágicas, convirtió a una enorme calabaza en un hermoso carruaje y a unos ratoncitos en lindos corseles, y por supuesto, no faltó el cochero.
– Pues bien, ya tienes con que ir al baile, ¿no estás contenta?
– Sí, pero, ¿es qué yo voy a ir con estos harapos?
Su madrina no hizo más sino que tocar con la varita mágica las pobres ropas, y en ese mismo momento transformó a la joven en una bella doncella. Su vestido era de azul celeste tejido de oro y de plata, y sus zapatillas eran de cristal, los más hermosos del mundo! Cuando Cenicienta se halló vestida para el baile, montó en la carroza, pero su madrina le recomendó que cuando el reloj del Palacio diera las doce campanadas tendría que regresar sin falta pues de lo contrario su carroza se convertiría en calabaza, sus caballos y su chofer en ratones, y su vestido en sus andrajosas ropas.
Tras prometer que así lo haría, Cenicienta marchó llena de felicidad hacia el palacio. La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el príncipe quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad Cenicienta apenas pudo escuchar en el reloj del Palacio, ¡las doce!.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huida un zapato de cristal que el príncipe recogió con sumo cuidado. Cenicienta llegó a su casa muy sofocada, sin carroza, sin lacayos, y con sus harapos, pues nada le quedaba de tanto esplendor más que el otro zapato de cristal, pareja del que había dejado caer..
Pocos días después, el hijo del rey hizo publicar a son de trompetas que se casaría con aquella cuyo pie se ajustase a aquel zapatito. Envió entonces a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Y comenzóse a probarlo a las princesas, siguiendo las duquesas, y a todas las damas de la corte, mas todo esfuerzo fue inútil. Por fin la prueba llegó a la casa de las hermanastras, que hicieron todo lo posible para hacer entrar su pie dentro del zapatito, pero no pudieron lograrlo. Cenicienta que las miraba, y que reconoció su zapato, dijo sonriendo:
– ¡Creo que yo puedo calzármelo!
Sus hermanastras se pusieron a reír y se burlaron de ella. El gentil hombre que efectuaba la prueba, contemplado la hermosura de Cenicienta, dijo que era lo justo, y que él tenía la orden de probársela a todas las muchachas del reino, e hizo sentar a Cenicienta y acercando el zapato a su pie se vio que entraba perfectamente y que le iba como un guante. La sorpresa de las hermanastras fue grande, pero más grande fue todavía cuando Cenicienta sacó de su bolsillo el otro zapatito que se calzó.
Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices para siempre jamás… Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabo!
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