La crisis económica y/o la separación conducen a muchos a volver a vivir a casa de sus padres. Una decisión difícil y frustrante, pero que NO debe ser permanente...
Ya hemos hablado que una de las principales razones por la que los hijos adultos regresan a vivir a casa de sus padres tras haber dejado el nido, que casi siempre, es por cuestiones económicas. Pero, otra razón fuerte por la que lo hacen es debido a la separación o abandono de su cónyuge. En la mayoría de estos casos existen hijos en común y es la mujer la que, por lo general, se queda con la custodia de estos.
Para los padres, recibir en casa a sus hijos que además traen a sus propios hijos, es un reto múltiple que conlleva, aparte de sacrificios, algunos desacuerdos e incomodidades. Sin embargo, son conscientes de que no pueden abandonarlos a su suerte y que tienen que apoyarlos.
En cuanto a los hijos adultos, que ahora son padres también, volver de nuevo a la casa de sus progenitores es una cuestión que les provoca sentimientos encontrados; porque por un lado, sienten el apoyo de sus padre, pero por otro, les resulta muy frustrante. Es el caso de Lucía, que al regresar a la casa de sus padres con sus dos hijas pequeñas tras decir ‘ya basta’ a su matrimonio de ocho años, se sentía culpable y fracasada. Pero, se sintió peor cuando, una vez instalada en su casa de la infancia, su mamá le dijo: “Te ayudaremos en todo lo que necesites y siempre estaremos a tu lado pero eso sí, tú en tu lado y nosotros en el nuestro”… Una tremenda frase que resonó en sus oídos, pero que ahora agradece haberla escuchado de su madre.
Ahora, miro hacia atrás y veo todo el camino que pude recorrer por mis propios medios y estoy orgullosa de mi misma”-, ratifica Lucía.
Pero, ¿cuántos padres están dispuestos a ser así de francos con sus hijos adultos que vuelven a su casa con sus propios hijos?… Tal vez muy pocos.
UN CAMBIO DIFÍCIL DE SUPERAR
Volver a la casa paterna tras haberse emancipado y de haber formado su propia familia, no es fácil, ni mucho menos gratuito. Es un paso hacia atrás que luego es muy difícil de superar.
Pero no sólo ocurre con las separaciones; en los tiempos de crisis económica de hoy, está sucediendo muy a menudo que las familias no pueden afrontar los gastos. A veces porque quien suele llevar el mayor ingreso a casa, se queda sin empleo y antes que vivir en la calle, como último recurso, se elige convivir con sus padres o suegros.
Por otra parte, se producen los lógicos roces porque la estructura familiar debe acomodarse nuevamente. Quién antes ponía las reglas del hogar era el padre, pero ahora será el abuelo o la abuela, es decir, los dueños de casa. Así como también para estas personas mayores que tenían una vida acomodada, ahora vuelven a vivir con los gritos y los desórdenes habituales de los niños.
OTRO PUNTO COMPLICADO ES EL DE LA ECONOMÍA. POR SUPUESTO QUE PARA LOS ABUELOS SE GENERAN GASTOS MAYORES, PERO ¿CÓMO PEDIRLES A LOS HIJOS QUE COLABOREN EN UN MOMENTO DE CRISIS?
Por otra parte, aunque no sea de manera consciente, muchas veces los primogénitos dan por hecho que vuelven a ejercer ese rol y que entonces sus padres tienen que hacerse cargo de gran parte de los gastos de la casa. La idea es poder ahorrar para poder acomodarse en otra vivienda, y no convertirse en unos comodinos.
En el caso en que los adultos se separan, la situación se torna más confusa para los niños, ya que suele suceder que los abuelos sienten una mayor libertad de tomar el rol del padre que no está. Esto, que al principio puede resultar cómodo para el hijo que se ha quedado solo, luego termina siendo contraproducente y suele traer conflictos. Por ejemplo, cuando el abuelo obliga a su nieto a terminarse el plato que ha cocinado la abuela y no lo deja levantar de la mesa hasta que no se coma la última miga… Estas pequeñas fricciones cotidianas sumadas a otras, repercutiendo de manera negativa, primero en los chicos y luego en toda la relación familiar. Ante esto, se puede decir que no es un delito volver a vivir en la casa de los padres cuando no se tiene la posibilidad de evitarlo. Sin embargo lo importante es que se tome como un lugar de paso, sólo hasta poder superar los problemas momentáneos, ya sean económicos, psicológicos o emocionales. Hay que sacar el mayor provecho posible de la circunstancias para que en definitiva hayan servido de ayuda y no como una situación de retroceso. Muchas veces, las malas experiencias son una prueba para demostrarnos a nosotros mismos de lo que somos capaces!
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