No sé bien por qué, pero casi todos le damos importancia a “la primera vez” de algo. Y queremos compartirla con alguien: una persona que entienda nuestro gesto indicativo, esa clara intención de la mi
No sé bien por qué, pero casi todos le damos importancia a “la primera vez” de algo. Y queremos compartirla con alguien: una persona que entienda nuestro gesto indicativo, esa clara intención de la mirada, el mensaje de nuestra mano apretando la suya.
Tal vez por eso me sentí tan triste al caminar la cuadra y media hasta la playa de esa pequeña ciudad que visitaba. Iba a ver su mar por primera vez. Sola, triste y asustada, porque la soledad me asusta, me vuelve chiquita y desamparada. Fue como si todos hubieran sido invitados a una fiesta y yo apareciera por primera vez frente a ellos y sin conocer a los dueños de casa.
Cada cual estaba en lo suyo: los chicos entrando y saliendo del agua, las madres llamándolos, los jóvenes alabando y a la vez criticando su belleza o jugando a la pelota, el oleaje bordando la blanquísima filigrana de la espuma. Apreté el bolso contra mi pecho y busqué un lugar frente al agua infinita. Me senté con las piernas encogidas, los anteojos negros, las manos sosteniendo las rodillas, y fue como si me hubiera vuelto invisible. Por primera vez en mi vida sentí que nadie me veía. Pasaban frente a mí, detrás de mí, pero yo no existía.
Era también la primera vez que yo necesitaba a todo el mundo, pero que nadie necesitaba de mí… Una niñita se acercó con su balde rojo y su mamá la llamó: -“No molestes a la señora que está pensando”- Y me sonrió con una sonrisa de despedida. Quizá de haber sido yo otra… hubiera llenado el baldecito con agua y la mamá de Sol -así se llamaba la niñita redonda y bronceada- hubiese charlado conmigo de lo que se habla en la playa.
Era la primera vez que deseaba poder regresar a la infancia, que quería hacer un pozo en la arena para juntar almejas, pero no me atrevía, que quería zambullirme en las rápidas olas, pero me daba vergüenza, que me molestaba el sol en la nuca, pero me daba pánico cambiar de posición y volverme visible. Así, sentada, hecha un ovillo, quieta, muda, sola en el estreno de una obra que hubiese podido ser hermosa y divertida, pensé en otros días, en seres que me acompañaron: armé rostros queridos y lejanos, resucité palabras dichas tiempo atrás… Era la primera vez que hacia aquello.
Cuando la playa quedó casi desierta me levanté para marcharme. En la arena estaba la forma de mi cuerpo: allí permanecería hasta que la enorme mano del mar la emparejara, borrándola, borrándome. Me quité los anteojos para limpiar los vidrios empañados, que casi no me dejaban ver. Pero mientras regresaba al hotel me di cuenta por primera vez aquella tarde, de que no, no eran los vidrios… Era yo, llorando!
Desde entonces, día con día analizo lo que hago y me doy cuenta de que a diario y frente a cada persona, a cada situación, hay “una primera vez” y mi espíritu se regocija de esa primera vez que hoy me toca vivir! Poldy Bird
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