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Las monedas encantadas

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  Hola pequeños amiguitos! Espero que el último cuento que les presenté les haya gustado y lo hayan disfrutado mucho. De la misma forma, espero que el de esta semana les divierta grandemente. Así que alístense y… ¡A leer se ha dicho!

 Hace mucho, pero muuucho tiempo existió un hombre que era muy bondadoso y también bastante rico, pero no tenía familia, por eso, al envejecer decidió buscar a algún joven inteligente y honesto para que se hiciera cargo de todos sus bienes.  Comentando un día su decisión y las ganas que tenía de no equivocarse en la elección, se lo contó a un buen amigo quien le dio el siguiente  consejo:

 -Querido amigo, en realidad no es tan difícil saber qué hacer, lo difícil es encontrar la persona que merezca tu confianza, por eso yo te aconsejo que la próxima vez que vendas algo, cuando devuelvas el cambio, entrega como por descuido una moneda  valiosa de más. Aquel que te la devuelva es un hombre honrado y por ende sabrás que es el indicado.

 El hombre rico agradeció mucho el consejo, y pensando que era una buena idea y fácil de realizar, decidió ponerla en práctica cuanto antes. Sin embargo, nunca se percató que un vecino suyo, que le envidiaba

enormemente, había escuchado la plática. Por su parte, éste, no tardo en trazar un plan para hacerse de la confianza de su adinerado vecino y obtener algún beneficio. Para eso, contrató los favores de un hechicero, a quien encargó encantar las monedas que poseía el anciano de modo que cualquiera que las mirase, viera en ella no una moneda corriente, sino aquello que más deseaba poseer en el mundo. El malvado hombre confiaba en que nadie devolvería ninguna moneda y de que el viejo se desesperase, y entonces dejase todo a un sobrino suyo, a quien usaría para hacerse poseedor de todos los negocios y dinero del hombre rico.

 Todo resultó según lo planeado por el envidioso vecino, y ni uno solo de los que recibió alguna de estas monedas de el anciano fue capaz de devolverla: unos veían en ella el mayor diamante o piedra preciosa, otros una obra de arte, otros una reliquia y algunos incluso una pócima curativa milagrosa. Medio rendido en su intento por encontrar alguien honrado, su envidioso vecino aprovechó para enviar a su sobrino, no sin antes haberle advertido devolver la moneda sin pensarlo. El sobrino fue decidido a hacerlo, pero al recibir la moneda, vio en ella todas las posesiones y títulos de su tío, y creyendo que todo lo que le había contado su tío era un engaño, marchó con su inútil moneda y su avaricia. Cuando su tío se enteró de la traición lo hecho de su casa a gritos, empujones y hasta puntapiés.

 El buen anciano, deprimido y enfermo, decidió llamar a sus sirvientes antes de morir, y les entregó algunos bienes para que pudieran vivir libremente cuando él no estuviera. Entre ellos se encontraba uno muy joven aún, al que entregó una de aquellas valiosas monedas por error. El joven, criado a la sombra de aquel justo y sabio señor a quien quería como un padre, vio en lugar de la moneda una poderosa medicina que curaría al anciano, pues aquello era de veras lo que más quería en el mundo, y según la vio, entregó la moneda de nuevo diciendo: “tomad, señor, esto es para vos; seguro que os ayudará en mucho”.

 Efectivamente, aquella simple moneda actuó como el más milagroso de los bálsamos, pues el anciano saltó de alegría al haber encontrado por fin alguien honrado y que merecía toda su confianza, pero más le lleno de gozo comprobar que siempre había estado en su propia casa.

 Y así, el joven sirviente pasó a administrar con gran justicia, generosidad y honradez todos los bienes del anciano, quien siguió acompañándole y aconsejándole como a un hijo por muchos, muchos años más!.
 Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

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