Qué tal amiguitos! ¿Ansiosos de leer el cuento de esta semana?…
Espero que sí, pues les divertirá mucho! Así que a leer se ha dicho!
Hace mucho, pero mucho tiempo, vivió un rey que tenía doce hijas; todas muy encantadoras. Juntas, dormían en la misma alcoba, con sus camas lado a lado, y cuando iban a dormir, el rey las encerraba con llave para que nadie pudiera molestarlas durante la noche. Pero sucedía que cada mañana, cuando él abría la puerta, veía que las zapatillas de todas estaban desgastadas como si hubieran bailado mucho, y no se explicaba cómo podía ocurrir algo así.
Entonces el rey emitió una proclama diciendo que aquel que descubriera, en tres días, cómo y a donde iban sus hijas a bailar, podría escoger a una de ellas por esposa, y que además lo nombraría heredero al trono. No tardó en presentarse un valiente; un hijo de otro rey. Fue muy bien recibido, y al anochecer fue alojado en una habitación contigua a las princesas. Ya allí, se alistó para ver a dónde iban a bailar las hijas del soberano. Desafortunadamente, por más que intentó, le venció el sueño y no pudo averiguar nada; sólo que todas las zapatillas estaban con huecos en las suelas. La segunda y tercera noche sucedió exactamente lo mismo, y como castigo, fue condenado a trabajos forzados de por vida.
Muchos otros vinieron luego a tratar de descifrar el enigma, pero corrieron la misma suerte. Hasta que un día sucedió que un pobre soldado, que tenía una herida que le impedía trabajar, se encontró en el camino hacia el palacio a una anciana, quien le preguntó a dónde iba.
— “Tengo la intención de descubrir en dónde es que bailan las princesas y desgastan sus zapatillas, y así llegaría a ser rey”. -dijo en tono de broma.
–“Eso es fácil -dijo la anciana-, simplemente debes evitar beber el vino que te ofrezcan al anochecer, y luego finges estar profundamente dormido”.
Tras esas palabras ella le dio un manto y le dijo: “Cuando te lo pongas encima, te harás invisible, y entonces podrás vigilar a las doce doncellas”.
Habiendo recibido tan magnífica ayuda y consejo, se encaminó al palacio, anunciándose como un competidor. Igual que los anteriores, fue bien recibido y lo instalaron en su habitación. Al anochecer, la mayor de las princesas le trajo una copa de vino. Pero como él ya estaba preparado, había amarrado una esponja bajo su barbilla, y dejó correr el vino hacia ella, sin probar una sola gota.
Entonces se acostó en su cama, y pasado un rato comenzó a fingir que roncaba, como si estuviera profundamente dormido. Las doce princesas reían al oírlo, y la mayor dijo: “Él también, debió haberse evitado los futuros trabajos forzados”…
Entonces fueron a sus armarios, sacaron preciosos vestidos, se arreglaron ante los espejos y se regocijaron pensando en el baile de esa noche. Solamente la más joven dijo: “No sé qué me pasa, me siento extraña, con un mal presentimiento”.
“¿Has olvidado ya cuántos príncipes han venido en vano? -le dijo la mayor.
Cuando ya todas estuvieron listas, observaron con cuidado al soldado, pero él no se movía para nada, así que se sintieron bien seguras. Entonces la mayor se dirigió a su cama, la golpeó, y la cama se hundió en la tierra, dejando a la vista un pasadizo secreto, y todas, una a una, descendieron por él.
El soldado, que había observado todo, se levantó, se puso el manto encima y bajó detrás de la más joven. A medio camino, él pisó su vestido. Al no ver a nadie, ella se asustó muchísimo y gritó:
“¿Qué pasa? ¿Quién me está pisando mi vestido?”
-“¡No seas tonta!” -dijo la mayor- ¡Se te ha de haber atorado con algún clavo”.
Siguieron bajando las gradas, y cuando llegaron al final, se encontraban en una maravillosa avenida de árboles cuyas hojas, que eran de plata, brillaban y parpadeaban. El soldado pensó: “Llevaré una muestra conmigo” Y arrancó una pequeña ramita, con lo cual el árbol sonó estrepitosamente.
La menor gritó de nuevo: “¡Algo anda mal!, ¿oyeron eso?” Pero la mayor contestó:
“Es sólo un arma disparada para celebrar que nos hemos librado de otro concursante rápidamente”.
Siguieron más adelante a una avenida donde todos los árboles tenían sus hojas de oro, y por último a una tercera en que las tenían de diamante. Él cortó una ramita de cada clase, las que también hicieron un gran estruendo al quebrarse, y que aterrorizaron aún más a la más joven, pero la mayor insistía en que eran saludos de bienvenida.
Luego llegaron a un gran lago donde se encontraban doce botes, y en cada bote estaba sentado un apuesto príncipe, quienes esperaban por ellas. El soldado con la capa invisible se sentó en el bote de la más joven. Entonces su príncipe dijo:
“No sé por qué, pero siento al bote más pesado que de costumbre. Tendré que remar con todas mis fuerzas para atravesar el lago.
Al lado opuesto del lago se presentaba un espléndido castillo de luces brillantes, donde resonaba música deleitante de trompetas, panderetas y tambores. Todos bajaron allí, entraron y cada príncipe danzó con su princesa, y el soldado se mezclaba entre los danzantes. Todos bailaron hasta las tres de la mañana, cuando ya todas las zapatillas tenían sus suelas con hoyos y se veían forzadas a regresar. El soldado se adelantó a todas ellas y subió de prisa las gradas y se acostó en su cama.
Cuando las princesas llegaron, lo observaron aparentemente bien dormido y roncaba tan fuerte que se dijeron: “En cuanto a él concierne, podemos estar tranquilas”. Ellas se cambiaron sus trajes por su ropa de dormir, pusieron sus zapatillas desgastadas bajo las camas, y se acostaron a dormir. Al día siguiente el soldado decidió no hablar, pero sí vigilarlas de nuevo. Y todo sucedió como la noche anterior, y bailaban hasta que sus zapatillas quedaban desgastadas. Pero a la tercera noche el se guardó una copa como testimonio.
Cuando llegó el momento de dar su informe, él tomó las tres ramas y la copa, y fue donde el rey. El rey preguntó: “¿En dónde han estado mis hijas desgastando sus zapatillas bailando?” El soldado contestó: “En un castillo bajo la tierra, con doce príncipes”. Y relató cómo sucedió todo, y le enseñó las muestras.
El rey mandó llamar a las princesas y les preguntó si el soldado había dicho la verdad. Al ver ellas las pruebas contundentes, se vieron obligadas a confesarlo todo. Entonces el rey le preguntó al soldado cuál preferiría por esposa, él contestó: “Ya no soy tan joven, así que escojo a la mayor”. Y ese mismo día se celebró la boda, y a solicitud del soldado, el rey liberó de su condena a los que con anterioridad habían intentado descubrir el misterio, pero que fallaron.
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