Mi prometido me presentó a su abuela, Gladys Attwood, cuando ésta cumplió noventa y cinco años de edad.
Gladys me dio una gran lección, mostrándome que en la vida lo importante es disfrutarla, hacer y ser felices.
Mi prometido me presentó a su abuela, Gladys Attwood, cuando ésta cumplió noventa y cinco años de edad.
Sus ojos centellearon cuando acerqué una silla para sentarme a su lado, mientras una de sus tres hijas preparaba un video para que todos lo disfrutáramos. Helen explicó que el video incluía los tres comerciales para televisión que Gladys había estelarizado el año anterior para un taller de lavado de autos de la localidad. Larry Dahl, propietario de Wash n’Well, había telefoneado a la institución de cuidados mínimos donde Gladys residía, para ver si había alguna “valerosa dama de edad” con el carisma suficiente para llevar a cabo lo que él tenía en mente. Marge Siegfried, codirectora de la casa de retiro Royal Oaks, no lo pensó dos veces:
¡Tenían a “la persona indicada”!
– ¡Te voy a dar una paliza!, gritaba ella mientras perseguía al empleado. Fuera del auto, corría alrededor con su bastón (en cámara rápida), golpeando los neumáticos y dándoles palmadas a los empleados mientras ellos tallaban, pulían y sacaban brillo. Al final exclamaba: ¡Definitivamente les di una paliza!, sonreía y guiñaba el ojo, con el guiño que le dio el reconocimiento de toda la ciudad de Medford, Oregon… ¡Cómo se rió cuando terminó el video!.
Una vez que el tropel de familiares que nos regodeaban menguó y que el flujo de cumplidos disminuyó, me encontré escuchando a Gladys con interés. Sobreviviente de un cáncer de mama, era miembro activo del grupo local de la Sociedad Americana contra el Cáncer.
“Ya sabes, si los jóvenes que han tenido cáncer ven que tu puedes tenerlo y vivir hasta los noventa y cinco años, eso los hace pensar”, explicó ella.
Nuestra conversación continuó y, al poco rato, Gladys empezó a comentarme sus ideas sobre los últimos sucesos políticos y asuntos mundiales. Me sentí desconcertada ante el agudo ingenio de esta antigua campeona universitaria de basquetbol y maestra, cuyos conocimientos y complejos procesos de pensamiento sobre los asuntos cotidianos hacían que me avergonzara. No tardé mucho en sentir una profunda admiración por ella.
En parte haciendo un esfuerzo por salvarme y en parte porque estaba tan sorprendida, pregunté:
-Dígame, abuela, ¿Cómo logró llegar a tan avanzada edad y, sin embargo, conservarse tan jovial?
Gladys inclinó el rostro arrugado y cálido hacia el mío, con los ojos grises brillando detrás de los lentes de armazón metálica.
-Te lo diré, Diane. Hace mucho tiempo, una enfermera me dijo que si te ríes mucho, vives más tiempo. Por eso… yo me río mucho… y mis cuatro novios me ayudan a seguir adelante.
-¿Sus cuatro novios?, exclamé.
-¿No te lo he dicho? Ellos son: Will, Arthur, Charlie y Ben. Bueno… todas las mañanas me levanto con Will Power (Fuerza de voluntad). Después me voy a caminar con Arthur Itis (Artritis). Regreso a casa con Charlie Horse (Calambres). Y después me voy a la cama con mi favorito… Ben Gay (Remedio para dolores musculares).
Gladys me dio una gran lección, mostrándome que en la vida lo importante es disfrutarla, hacer y ser felices.
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