Dar una crítica o hacer sugerencia a algún padre de familia sobre cómo corregir, educar o tratar a los hijos, suele traer a flote una frase muy común en nuestra cultura: “Son mis hijos,
Haber tomado la decisión de traer hijos al mundo no nos da el derecho de pensar que nos pertenecen y por ende, podemos hacer de ellos lo que se nos plazca… Eso es un terrible error!
Dar una crítica o hacer sugerencia a algún padre de familia sobre cómo corregir, educar o tratar a los hijos, suele traer a flote una frase muy común en nuestra cultura: “Son mis hijos, y yo hago con ellos lo que que se me da la gana”. Esta contestación generalmente se da porque a ningún progenitor le gusta que le digan qué y cómo debe educar a sus retoños, sobre todo porque la gran mayoría está acostumbrado a hablar de ellos como si se tratase de algo propio, de una “posesión”…: tenemos un coche, tenemos una casa, tenemos un libro, tenemos un perro y… “tenemos cuatro hijos”. Por tal motivo, muy escasamente aceptan comentarios de otras personas respecto a sus hijos, en especial cuando no concuerdan con sus creencias o modo de pensar.
Hijos… ¿Propiedad o misión?
Teóricamente hablando, los hijos si son nuestros, porque fuimos escogidos como sus padres para cuidarlos, educarlos y protegerlos. Sin embargo, esto no significa que nos pertenecen y que por ende debemos tratarlos como una propiedad, imponiéndoles nuestro propio criterio a costa de todo. No olvidemos que éstos son seres humanos que tienen un corazón, un alma, y eso no es propiedad de nadie. Además, algún día ellos tomarán su propio camino para hacer su propia vida y los padres no deben ser un obstáculo, ya que esto forma parte de la ley de la vida.
Esto deja en claro que los hijos no son una propiedad, sino una misión. He aquí un ejemplo simple:
El auto familiar. Si éste no arranca se le lleva al mecánico. Si después de eso sigue sin funcionar, se opta por llevarlo al chatarrero. En cambio, qué pasa si el que ‘no arranca’ es nuestro hijo en la escuela… ¿qué se debe hacer?… Simple, ayudarlo a emprender la carrera! Pero, ¿cómo?… Con apoyo, comprensión y atención!… algo que el coche, no requiere.
Es cierto que los niños nacen dentro de una familia, por lo que resulta natural que ésta, sobre todo los principales autores, los padres, asuman la responsabilidad de esa vida que empieza, pero eso no significa que deben aprovecharse de esto para dominarlos como se hace con el coche o el perro.
Entonces, ¿cuál es la actitud más correcta?
La realidad es que los padres están llamados a dar una formación profunda, correcta y clara a sus hijos.
Primero se enseña al niño normas de “seguridad”: no asomarse por la ventana, no meterse en la boca objetos peligrosos, no tocar animales extraños. Después, la búsqueda de la salud hace pedirles que tenga las manos limpias, que no se llene el estómago con puras golosinas, que no se rasque las heridas…
Simultáneamente se enseña al hijo a hablar. Los padres que escuchan por vez primera “mamá”, “papá”, sienten muchas veces un vuelco en el corazón. El niño crece, y habla, y habla, y habla… Cuando ya ha aprendido un vocabulario básico, impresiona por su hambre de saber, de comunicar, de decir que nos quiere, o que ha dibujado un avión, o que ha visto una lagartija, o que acaba de encontrar un amigo de su edad…
Detalles que Implican esta Misión
Alguno podría pensar que la misión de los padres termina aquí, y que el resto le toca a la escuela. Sin embargo, el hijo todavía tiene que aprender detalles de educación que van mucho más allá de las normas de supervivencia o del usar bien las palabras del propio idioma. Dar las gracias, pedir permiso, saludar a un maestro, prestarle un juguete al amigo, hacer los deberes en vez pasársela todo el tiempo frente a la televisión…
La educación moral es uno de los grandes retos de toda la vida familiar. La mayor alegría que pueden sentir unos padres es ver que sus hijos son, realmente, buenos seres humanos. Pero por el contrario, les resulta decepcionante darse cuenta de que su hijo hace lo que quiere y que empieza a engañar a los maestros, a robar de la bolsa o cartera de ellos, a golpear a los compañeros o hermanos más pequeños, e, incluso, a levantarle la voz a los adultos en casa…
Relata una historia que, San Agustín se quejaba de que sus educadores le regañaban más por un error de ortografía que por una falta de comportamiento. En la actualidad, es prácticamente lo mismo, y es triste. Muchos maestros, junto con muchos progenitores, se preocupan más porque sus hijos no saben leer o escribir bien el inglés, que por la porquería que ven tanto en internet como en televisión, o por las primeras drogas que puedan consumir con los amigos.
Si somos sinceros, es mucho mejor tener un hijo agradecido y bueno, aunque no sepa alta matemática, en vez de tener un hijo ingeniero que ni siquiera es capaz de interesarse por lo que les ocurra a sus padres ancianos…
Los hijos no son propiedad de nadie, ni de la familia, ni de la escuela, ni del Estado. Pero todos, especialmente en casa, estamos llamados a ayudar a los niños y adolescentes a crecer en su vida como buenos ciudadanos y como hombres de bien. Esa es la misión que reciben los padres, desde que se inicia el embarazo de cada niño.
Cumplirla puede ser difícil, pero la alegría de un hijo bueno no se puede comprar con nada. Y en ese sentido, es bueno recordar lo que dice un popular comercial televisivo: tener hijos buenos… “No tiene precio”!
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