¡Quiiuúbolee!, cómo están esas tuerkitas relucientes y esos tornillitos de patas pestilentes (esto no’más pa’que rime, ehhh!), bien?. Espero que sí!
Fíjensenn que ando medio pelangocho, así que hoy les echaré uno… medio cochinón y medio largo, pero espero que les guste; el chistorete. Se llama “La Pareja”, y aí les va!
Resulta que a una pequeña ciuda’ llega un viajero al hotel. Eran las dos de la mañana, llovía torrencialmente y soplaba un viento helado. Se dirigió a la recepción, y justo cuando él llegaba, apareció, de quien sabe dónde, una señora y los dos al unísono dijeron: “Quiero una habitación”.
– El encargado contesta: – “Sólo hay un cuarto disponible. ¿Quién llegó primero?”
-•- El señor llegó un instante antes que yo. A él le corresponde el cuarto.
— De ninguna manera -dice el viajante-. Dele la habitación a la señora.
-•- Y usted ¿qué hará? -pregunta la dama-. La noche está horrible, y no encontrará lugar en otro hotel, pues yo ya busqué en todos.
— Razón de más para que ocupe usted el cuarto.
Así estaban, cuando interviene el hombre del hotel: “La habitación tiene camas gemelas… quizá podrían los dos usar el cuarto”
-•- No sé qué decir -vacila ella.
– Por mí no hay inconveniente -dice el viajero-, pero la señora tiene la última palabra.
-•- He visto que usted es un caballero. Acepto.
Ocupan pues los dos el cuarto. Se ponen su pijama, cada quien ocupa su respectivo lecho y apagan la luz. Apenas se había acomodado la señora para dormir cuando escucha la voz del hombre:
“-Señora: ¿por qué no actuamos como si estuviéramos casados?”.
-•- ¿Qué dice usted?” -se asombra la mujer.
– Que quiero hacer como si estuviéramos casados -repite el tipo-. Por favor, permítame usted eso.
-•- ¡No es posible! -replica ella, turbada: Mi decoro, mi honestidad….
– Se lo suplico -insiste el hombre-. Estoy poseído por un impulso que no puedo resistir. Permítame que actúe como si estuviéramos casados.
La noche es fría, la soledad, la oscuridad se hace cómplice, en fin, todo propicio para la intimidad.
La señora pensó que no conocía al tipo, y que seguramente no volvería a verlo nunca. ¿Por qué no disfrutar esa ocasión irresistible? Con ese pensamiento respondió:
-•- Está bien. Proceda usted como si de veras estuviéramos casados.
Y sin más “¡Prrooooom!” se oyó un estruendoso do-pe que con alivio dejó escapar el hombre…! ah!, qué alivio!
je je je je je…. qué puerco!!!
Y a propósito de cerdos, fíjensennn que hoy les quería echar un rollo acerca del tal Trump, pero la neta es que yo ya estoy hasta la moder de oír de él y sus porquerías (ustedes también, ¿verdad?), así que mejor les diré que este asqueroso cuentecillo es un claro ejemplo de cómo actúan muchos hombres (claro que mis leitores y yo, no estamos dentro de esos muchos) en cuanto “le agarran confiancita” a la pareja, pero no sólo a ella, sino también al pariente o al amigo, aparte de volverse vulgares e irrespetuosos, empiezan por ser desaseados y desconsiderados, hasta terminar siendo unos verdaderos puercos.
Pero ¿por qué digo eso?… Bueno, pues seguramente ustedes -como yo-, conocen o han visto a más de un tipo que delante de la esposa, los hijos, familiares o amigos ‘de confianza’, sin consideración, lo mismo echan tremendos eructos y sin taparse la boca, que se pican la nariz o se la suenan, escupen a cualquier lado y algunos, cual si tuvieran roña, hasta se rascan o estrujan sus partes genitales (por encima del pantalón, afortunadamente) ¡ahh!, y ni qué decir de esos tipos que sin inmutarse, delante -o a espaldas- no solo de la esposa, sino de cualquiera a veces sueltan sus fétidas flatulencias -(dos_pe apestosos)- y si algún conocido les reclama, ellos muy ofendidos dicen: “estamos en confianza, ¿qué no?.
Sí, puede ser que por la confianza que se le tiene a ciertas personas, se nos permita actuar con más libertad y sin tanto formulismo, pero eso de ninguna manera a nadie da el derecho de agredir a los demás con puercas acciones y actitudes…
Por eso, les recomiendo, sobre todo a mis turkitas leitoras (porque la mayoría de los que actúan así son hombres), y a mis cuatachos también, ya que hay algunas ‘damitas’ que cojean de la misma pata, que si de casualidad algún conocido suyo, ya sea su viejo, un hijo, un primo, un tío, etc. etc, actúa de manera sucia o desconsiderada y si es de los que dice que no hay purrum porque se siente en confianza, entonces usted, con calma sin perder la cordura dígale: ”Pues ya que estamos en confianza…. ¡Sáaaquese a lavar las naachas a otro lado!, __inche puerco, cerdo, marrano, lechón!
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