A través de la historia han existido muchas personas excéntricas que han impresionado al mundo con sus manías, pero pocos como el extraordinario
A través de la historia han existido muchas personas excéntricas que han
impresionado al mundo con sus manías, pero pocos como el extraordinario
“gourmet”, Frank Buckland de quien, todo el reino sabía, era capaz de comer
cualquier cosa… hasta despojos reales, cosa que en aquella época, era considerada
absolutamente ‘indigna” de cualquier persona.
Cocodrilo con zumo de naranja era el desayuno que se servía con frecuencia
en la casa de Buckland, era cirujano y naturalista inglés del siglo XIX, siendo
reconocido como uno de los miembros fundadores de la Sociedad para la Aclimatación
de Animales en el Reino Unido, organismo dedicado a incrementar
las reservas alimenticias de la nación criando cualquier clase de animales, desde
el canguro al bisonte, en los campos ingleses.
En 1862 se encargó a Buckland que organizase el banquete anual de la sociedad.
Fue un extraño festín con una minuta capaz de satisfacer los apetitos
más estragados. Había carne de canguro de Australia y holoturias del sudeste
de Asia. La holoturia tenía un aspecto tan repulsivo que sólo unos pocos de los
comensales se atrevieron a probarla. En otra ocasión Buckland se lamentó de
que era una pena que las tijeras «fueran tan terriblemente amargas».
A pesar de esta contrariedad gastronómica, perseveró en su cruzada. Desde
el ratón sobre pan tostado -servido a sus condiscípulos en Oxford- pasó a las
«delicias» de la trompa de elefante cocida, empanada de rinoceronte y un avestruz
entero asado. Parece ser que el avestruz produjo al eminente zoólogo sir
Richard Owen una grave indigestión, a pesar de que su esposa declaró que su
sabor le recordaba mucho al del «pato salvaje».
Otro de los “fracasos” (si es que así se les puede llamar), de Buckland fue
la cabeza de marsopa a la parrilla. Declaró que no pudo evitar que supiese a
pabilo de candil. Pero manifestó que muchos de sus descubrimientos gastronómicos
eran tan nobles que llegó a publicar sus recetas en una revista. La sopa
de babosa y los caracoles de jardín eran dos de sus más insípidas recetas.
Entre los peores platos de Buckland figuraban el estofado de topo con moscardas,
aunque confesaba que no consiguió comerlo.
Sentía pasión por lo desacostumbrado y lo exótico en todos los órdenes. En su
colección de curiosidades figuraba el calcañar de Ben Jonson, un trozo de piel
de un mamut congelado de Siberia y un mechón de pelo de Enrique IV.
En 1878 le regalaron una cama con columnatas que había pertenecido al cirujano
del siglo XVIII John Hunter. Buckland había admirado siempre a Hunter,
por lo que se apresuró a cortar la cama convirtiéndola en un sillón que se conserva
hoy en día en el museo del Real Colegio de Cirujanos de Londres.
Buckland se interesó también en grado notable por los asuntos de la realeza.
Durante una comida con un amigo le confió: “He comido muchas cosas extrañas
en mi vida pero jamás hasta ahora había comido el corazón de un rey”.
En la fuente estaba el corazón de Luis XIV, robado del panteón real durante la
Revolución Francesa…
Es más que Sorprendente el Enterarse de historias tan inaúditas, como lo es
esta.
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