Un poco más a delante de las sementeras que están a la orilla del pueblo, allí donde el camino se divide y parte el camino que sube a la sierra, allí se encuentra desde hace muchos años una cruz de cantera clavada en lo alto de unas gradas de piedras que en un tiempo estuvieron cubiertas de mezcla.
Muchas tardes cuando el sol pinta de rojo las casas de la aldea, no es raro ver a alguna tímida doncella arrodillada, orando junto a la cruz de cantera. Que se levanta como Centinela de la aldea. Los caminantes que pasan junto a la cruz se quitan reverentes el sombrero y cuentan que cuando la luna brilla sobre la cruz, algunos viajeros han visto una blanca paloma que revolotea de brazo en brazo de la cruz, hasta que las estrellas marcan la media noche en la esfera del firmamento. Y contaban también los ancianos que algunos años, en la noche del viernes santo se había oído una voz pura y argentina, que cantaba un himno melodioso como el trinar de ruiseñores en los alrededores de aquella cruz.
Cuenta la leyenda que en los tiempos de las grandes haciendas, cuando llegaron los primeros españoles a la región y se apoderaron de grandes extensiones de tierra, había por esos rumbos un hacendado muy rico y poderoso que tenía un hijo muy malo del que se decía que estaba acostumbrado a cortar de un tajo con su espada la cabeza de los indios desobedientes y cuya mirada era terrible como un rayo en noche de tempestad. Lejos de la hacienda vivía una pobre viuda que no tenía más que unas cuantas cabras y una hija de 17 años hermosa como el sol, y pura como los ángeles. Margarita con negros cabellos, sus ojos rasgados y su alegre sonrisa era la alegría de su casa y de todas las casas a la redonda.
Una tarde de julio Julián, que así se llamaba el hijo del hacendado, sorprendió a margarita sola mientras tejía unas coronas de flores de “santamaría”. La estuvo viendo a través de unos matorrales y estaba tan bonita la muchacha que el hacendado sitió un estremecimiento en todo su ser. Sus ojos brillaron con ese brillo que se ve en los ojos del tigre cuando va a atacar a su presa, dos veces hizo el intento, pero se contuvo, a la tercera vez de lanzó decidido sobre sus presa, pero hizo ruido en los matorrales y Margarita con sus cabras corrió como nunca hasta su cabaña.
Al días siguiente se presentó Don Julián de la Serna a la puerta de la cabaña, traía una bolsa con oro, pero la viuda levantando un puñal le gritó que a su hija no la compraría con ningún dinero y no le quedó más a don Julián que regresar a su hacienda tragándose su coraje y pensando su venganza.
Apenas pasó una semana cuando una tarde, mientras Margarita se entretenía jugando con sus cabras frente a la cabaña, oyó de repente el galopar de un caballo, cuando notó que venía en dirección a ella, quiso correr, pero unas manos fuertes la tomaron por el talle y apenas alcanzó a gritar el nombre de su mamá, porque cuando luchaba por soltarse Don Julían le dio un fuerte golpe en la cabeza que la desmayó. En veloz carrera cruzó caminos el jinete con su presa. Los campesinos que veían recortarse en el crepúsculo la figura de aquel corcel corriendo tan veloz, se santiguaban, pensando que era algún fantasma o algún ser diabólico, porque todos alcanzaban a ver que no era cosas buena… Corrió y corrió sin rumbo fijo don Julián, como si una fuerza irresistible lo empujara lejos de sus terrenos, o lo quisiera llevar a un lugar determinado. La sangre le hervía con el deseo, pero esa fuerza secreta lo empujaba a seguir adelante. A eso de la media noche llegó a la encrucijada de la cruz de cantera. Allí relinchó el corcel encabritado y exhalando el último aliento, cayó muerto el noble animal como fulminado por un rayo. Margarita que había vuelto en sí un poco antes, con la caída recuperó fuerzas, se liberó de su captor y corrió a abrazarse de la cruz implorando auxilio y socorro… Don Julián se avalanzó sobre ella y quiso separarla de al cruz, pero una mano invisible cayó sobre su rostro y lo arrojó hacía atrás violentamente, era la noche del viernes santo…
Al día siguiente los vecinos de la aldea cercana descubrieron la escena, El español yacía muerto lejos de la cruz con el rostro calcinado y Margarita seguía abrazada de la cruz, pero ya muerta… Las jóvenes de la aldea la adornaron con flores y la sepultaron al pie de la cruz…
…y desde entonces van muchas jóvenes a rezar junto a la cruz de cantera…
Así lo cuenta la leyenda y así lo contamos nosotros…
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