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Vuelo con Bebés

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  En ocasiones Dios nos pone situaciones en el camino para que saquemos de adentro de nosotros los sentimientos más escondidos, y este es el caso del profesor Paul Karrer, que por ahorrar un poco de dinero en un viaje, recibió la mejor lección de amor que el mismo hubiera imaginado. Así fue como relató su viaje…

  Yo nunca antes había tenido entre mis brazos a un niño deforme, es más, ni siquiera había visto uno. De pronto me encontré transportando a tres pequeños huérfanos a la casa de sus padres adoptivos en la víspera de la Navidad.

  Yo enseñaba inglés en Corea. Los estudiantes se habían amotinado y habían logrado cerrar la universidad en la que yo daba clases. Disgustado, preferí regresar a casa. Un amigo me informó del “vuelo con bebés”, un programa en el que uno podía viajar de Corea a Estados Unidos a un precio muy bajo. Pero con una condición. El viajante tenía que transportar a tres huérfanos. La alternativa era pagar el pasaje completo.

  Entonces me encontré abordando un avión con tres infantes, de tres, siete y dieciocho meses de edad. Llegaron agripados, con las narices moquientas y los pañales mojados. Cuando despegó el avión, los pequeños lloraron. El avión vibró con violencia y los bebés se tranquilizaron. Segundos después, el avión dejó de vibrar, y al unísono, los bebés lloraron. Los pasajeros estallaron en carcajadas.

  Sólo una cosa me perturbó. La más pequeña de los bebés era una enana deforme. Me impactó la desproporción entre su cabeza y sus brazos y dedos diminutos. Me pregunté si sus nuevos padres sabrían lo que iba en camino. Pero el que tenía en mi regazo estaba húmedo y la fórmula de la leche había disminuido. Con rapidez aprendí a limpiar un trasero húmedo, poner pañales limpios e introducir un chupón en una boca abierta.

  Dos soldados estadounidenses me preguntaron si cada uno de ellos podía cargar a un bebé.
– No hay problema -respondí, y ambos se retiraron con sus bebés.

  Yo me quedé ahí sentado con la bebé de la enorme cabeza. Ella parpadeó con sus largas y hermosas pestañas y sonrió. Es curiosos cómo algo así puede hacer que uno cambie. Desde ese momento ella irradió belleza y no volvió a dejar mis brazos.

  Antes de aterrizar en Tokio los soldados me regresaron a los bebés. Sin desatender a mi bebé, cambié, uno por uno, los pañales de los dos bebés que los soldados me acababan de entregar. Al quitarles la ropa, cayeron al suelo unos billetes de un dólar. Miré a los soldados que salían. Uno de ellos declaró:
– Esos pequeños pillos van a necesitar todo el efectivo que les llegue: ¡Feliz Navidad!

  Para entonces ya se había generado un fuerte lazo entre mi bebé y yo. Incluso la llamé Tina. Cuanto más pensaba en entregarla a alguien, más me preocupaban sus futuros padres.

  Mientras aguardaba en la sala de espera observé a una mujer asiática y atractiva que iba y venía cerca de mí. Nos miró a los bebés y a mí y se fue. De pronto se dio la media vuelta y me encaró.
– ¿Son huérfanos?
– Sí, respondí.
– Hace veinticuatro años yo fui uno de ellos. ¿Puedo llevar uno?

  La hermosa mujer tomó al más ruidoso del grupo, lo llevó al avión para el siguiente tramo de nuestro trayecto y se ocupó de él durante el resto del vuelo. De cuando en cuando, cada vez que podía, se aparecía y me daba una mano alimentando o cambiando a los otros. Después de dos escalas más y un total de veintisiete horas, el avión aterrizó. Los nuevos padres de dos de los bebés entraron corriendo y salieron volando con ellos. Yo seguía con Tina, a la que parecía que nadie vendría a buscar a bordo. Preocupado de que nadie la quisiera, salí del avión con paso cansado. Fue entonces cuando los vi y me detuve, incapaz de moverme. Las pequeñas manos de una pareja de enanos se elevaron hacia mí.

  Al entregarles a Tina, ella me dijo “oma”, que significa mamá en coreano. En ese momento, me senté y lloré… y lloré!

  Miré a la pequeña familia embelesada salir a una nueva vida y pensé: “¡Qué perfecto!”

  Pero al año siguiente pagaré el pasaje completo… El vuelo con bebés era demasiado costoso.

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