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¿Cómo lograr una autoridad positiva ante los hijos?

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Verónica no acaba de comprender por que su hijo de 17 años es todo un mal educado con ella. Todo el tiempo la desobedece y por si fuera poco, en más de una ocasión le ha faltado al respeto. Esto a pes

Verónica no acaba de comprender por que su hijo de 17 años es todo un mal educado con ella. Todo el tiempo la desobedece y por si fuera poco, en más de una ocasión le ha faltado al respeto. Esto a pesar de que ella lo trata bien siempre y lo mima a más no poder, de que casi no lo castiga y que casi nunca lo regaña.

Por otro lado, Cristina atraviesa por la misma situación que Verónica, pero a diferencia de ésta, ella es más estricta y regañona con su hijo de 9 años. Casi nunca le pasa una, pero a pesar de esto, su niño es también un mal educado con ella. Actuaciones paternas y maternas, a veces llenas de buena voluntad, minan la propia autoridad y hacen que los niños primero y los adolescentes después no tengan un desarrollo equilibrado con la consiguiente angustia para los padres. El padre o la madre que primero reconoce no saber qué hacer ante las conductas incorrectas de su pequeño y que, después, siente que lo ha perdido, no puede disfrutar de una buena calidad de vida, por muy bien que le vaya económica, laboral y socialmente, porque ha fracasado en el “negocio o la profesión” más importante: la educación de sus hijos. A continuación enlistaremos brevemente, actuaciones concretas y positivas que le ayudarán a tener autoridad positiva y carácter ante sus hijos:

Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le vale o no le dice nada que le recomienden: “sé bueno”, “pórtate bien” o “come bien”. Estas instrucciones generales no son nada. Lo que sí le vale es darle con amor, pero con firmeza, instrucciones precisas de qué comer, no tirar basura en el piso, como y con qué ayudar en las tareas del hogar, cómo se debe contestar el teléfono o como dirigirse hacia las otras personas, etc., etc. Dar tiempo de aprendizaje. Una vez que hemos dado las instrucciones concretas y claras, las primeras veces que las pone en práctica, necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es necesario. Aunque probablemente no son cosas nuevas para él o ella, requerirán de un tiempo y una práctica guiada.

Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por mejorar, resaltando lo que hace bien, pero sin olvidar lo que hace mal, aunque esto último sólo una vez y no a manera de reproche ni mucho menos como regaño. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que se lo reconozcan, pero en su etapa de aprendizaje, es bueno que entienda lo que es incorrecto y el porque. Dar ejemplo para tener fuerza moral y prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos, jamás conseguiremos nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y les defraudaremos. Un padre no puede pedir a su hijo que haga o deje de hacer algo si no pone el ejemplo primero.

Confiar en nuestro hijo. La confianza es una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño tenga confianza en sus  padres, pero es muy difícil que esto ocurra si el padre primero no da ejemplo de confianza en el hijo. Actuar y huir de los discursos. Una vez que el niño tiene claro cual ha de ser su actuación, es contraproducente invertir el tiempo en discursos para convencerlo y menos si eso mismo se ha dicho con anterioridad. Los sermones tienen un valor de efectividad igual a 0 (cero).

Por eso, una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer, y no lo hace, el padre debe actuar consecuentemente, con firmeza pero sin agresividad y así aumentará su autoridad. Reconocer los errores propios. Nadie es perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los padres da seguridad y tranquilidad al niño/a o adolescente y le anima a tomar decisiones aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar.

Los errores enseñan cuando hay espíritu de superación en la familia. Todas estas recomendaciones pueden ser y de hecho lo son, muy válidas para tener autoridad positiva, pero también pueden ser totalmente ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos factores, que si son importantes en cualquier actuación humana: Amor y Sentido Común. El amor hace que las técnicas no conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto, superficial y sin valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan un buen sabor de boca y un bienestar interior en los hijos y en los padres. El sentido común es lo que hace que se aplique la técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada, en función del niño, del adulto y de la situación en concreto.

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