Desde la época de los conquistadores, llegó hasta ellos la leyenda de “El Dorado”, que algunos decían era una mítica ciudad construida a base de oro, en tanto que otros afirmaban que era algo como una
Desde la época de los conquistadores, llegó hasta ellos la leyenda de “El Dorado”, que algunos decían era una mítica ciudad construida a base de oro, en tanto que otros afirmaban que era algo como una mansión construida con piedras preciosas y con rutilantes maravillas, que supuestamente se encuentra perdida en algún pliegue de los Andes, entre el río Orinoco y el Amazonas. Este mito sirvió como incentivo para que muchos exploradores españoles se adentrasen en las entrañas del Nuevo Mundo, pero ninguna de las expediciones emprendidas en su búsqueda logró dar con tan increíble ciudad.
Durante siglos, la mente y el corazón de centenares de hombres sufrieron la fascinación de “El Dorado” y buscadores de tesoros recorrieron las selvas y las altas sierras, y murieron en su empeño. Sin embargo, los testimonios de que hoy disponemos hacen pensar que aquella febril búsqueda fue inútil desde sus comienzos, ya que es posible que El Dorado no fuera el nombre de una ciudad, ni de un lugar específico, sino el de un ser humano.
La leyenda de El Dorado llegó por primera vez a oídos del mundo a través de los conquistadores españoles que, con Pizarro a la cabeza, penetraron en América del sur a principios del siglo XVI. Al abrirse camino en el continente, los españoles escucharon relatos acerca de los indios chibchas, adoradores del sol, que habitaban las elevadas y frías llanuras, cercanas a la actual Bogotá. Se decía que los chibchas adoraban el oro, considerado por ellos el metal del dios Sol. Se adornaban con objetos de oro y durante más de 2,000 años recubrieron sus construcciones con hojas del precioso metal.
La codicia de los primeros conquistadores, mucho más interesados en amasar una fortuna en el Nuevo Mundo que en el legado de las comunidades indígenas, hizo que en los primeros tiempos de la conquista primaran los intereses económicos. Un buen ejemplo de ello es el poblamiento de la Guayana a principios del siglo XVI, que se debió a la presentida existencia de un reino legendario rico en yacimientos de oro: El Dorado.
En 1535 el español Luis Daca aseguró que un indio le había hablado de un lago sagrado de montaña colmado de oro. Otros dijeron haber encontrado un jefe dorado en una ciudad llamada Omagua.
EN LOS MAPAS ANTIGUOS
Al difundirse estas historias, El Dorado llegó a considerarse como una ciudad de oro. Figura incluso en mapas antiguos del Brasil y de las Guayanas, aunque su localización era imprecisa. Durante el siglo XVI, Bartolomé Welser, banquero del rey Carlos I de España, envió varias expediciones al actual territorio de Colombia en busca de El Dorado. Cuantos esfuerzos realizaron por obtener información de los indios resultaron infructuosos. Las expediciones fracasaron una tras otra.
Pero el señuelo de la ciudad fabulosa parece haber apartado los ojos de los buscadores de las verdaderas huellas de El Dorado, que no era una ciudad, sino un cacique indio poseedor de enormes riquezas. Este segundo significado de El Dorado se ajustaba perfectamente a otras leyendas chibchas que los buscadores de tesoros ignoraron con demasiada frecuencia.
EL HOMBRE DE ORO
Los chibchas no sólo adoraban al Sol, sino también a su jefe. Su persona era tan sagrada que ningún miembro de la tribu podía contemplarla. Sólo una vez al año, según cuenta la leyenda, se erigía en protagonista de una complicada ceremonia. Con los ojos vendados, los indios untaban a su jefe con resina y después espolvoreaban oro sobre su cuerpo, de la cabeza a los pies: de aquí el nombre de El Dorado.
A continuación cargaban una balsa con un montón ingente de reproducciones doradas de animales y adornos del mismo metal. Conducían la balsa hasta el centro del lago sagrado de Guativita, donde el jefe lanzaba las valiosas ofrendas por la borda. El lago Guatavita existe en la actualidad. Pero nadie tenía pruebas de la existencia del hombre de oro ni de la ciudad hasta que en 1969 dos agricultores, que buscaban un perro extraviado, se introdujeron en una cueva. En ella encontraron la maqueta de una balsa, de oro macizo, exquisitamente trabajada. Mostraba ocho minúsculos remeros con la espalda vuelta a la real figura dorada de su jefe sagrado.
¿LEYENDA O REALIDAD?
No obstante, el Guatavita aún se niega a ceder sus tesoros. El español Gonzalo Jiménez de Quesada, que conquistó la región entre los años 1537 y 1538, quiso abrir una brecha en una de las márgenes del lago para desaguar parte de él. Pero las paredes del canal cedieron y los indios detuvieron los trabajos por temor a que el dios Sol se irritara por tratar de tomar el tesoro. Otras dos veces, en 1823 y en 1900, se intentó drenar el Guatavita, y aunque sí aparecieron valiosas reliquias, no se pudieron sondear las profundas interioridades del lago. Y es en ellas donde se dice que el hombre de oro, El Dorado, sumergió las más preciadas ofrendas para aplacar la ira de los dioses.
LA CAIDA DE UN MITO
El mito de El Dorado comenzó a decaer a causa de los discretos resultados obtenidos por el dragado del lecho del lago Guatavita: todo parecía apuntar a que el reino de oro sólo había sido un mito… una leyenda!
Y para acabar de despejar las dudas sobre la veracidad de esta leyenda, el alemán Humboldt llevó a cabo, a principios del siglo XIX, una serie de estudios topográficos que dejaron fuera de toda duda la inexistencia de aquella mítica ciudad de oro… !•!
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