A veces tenemos que adecuar o cambiar planes, pero cuando sea necesario hacerlo, no debemos dudar. En la vida, es importante dejarnos llevar por lo que nos dicta el corazón, sin importar el plan que tengamos… Como en este caso, escrito por la religiosa y maestra Carleen Brennan…
Era un día como cualquier otro. Los niños llegaron a la escuela en los autobuses y se saludaron unos a otros con el bullicio y entusiasmo acostumbrados. Eché una mirada al cuaderno del plan de estudios y nunca me sentí mejor preparada para afrontar el día. Sabía que sería excelente y que adelantaríamos mucho. Tomamos nuestros lugares alrededor de la mesa de lectura y nos preparamos para una buena clase. El primer punto en mi agenda era revisar los cuadernos de ejercicios para ver si se había cumplido con el trabajo necesario.
Cuando llegué a Troy, inclinó la cabeza al poner su tarea incompleta frente a mí. Trató de hacerse para atrás, a fin de quedar fuera de mi vista, ya que se encontraba sentado a mi derecha. Naturalmente vi el trabajo incompleto y exclamé:
– Troy, esto no está terminado.
Levantó la vista hacia mí con los ojos más suplicantes que haya visto yo en un niño y respondió:
– No pude hacerla anoche porque mi mamá se está muriendo.
Los sollozos que siguieron sorprendieron a la clase entera. Me dio gusto que estuviera sentado junto a mí. Sí, lo tomé entre mis brazos y su cabeza descansó contra mi pecho. A nadie le quedaba la menor duda de que Troy sufría, tanto que yo temía que su pequeño corazón estallara. Sus sollozos hicieron eco en el salón y las lágrimas fluyeron a mares. Los niños estaban sentados con los ojos llenos de lágrimas en un silencio mortal. Únicamente el llanto de Troy rompía el silencio de aquella clase matutina. Un niño se levantó por la caja de pañuelos desechables mientras yo apretaba el cuerpecito de Troy contra mi corazón. Pude sentir que mi blusa se empapaba con esas preciosas lágrimas. Impotente, mis lágrimas cayeron sobre su cabeza.
La interrogante a la que me enfrenté fue: “¿Qué puedo hacer por un niño que está por perder a su madre? ¿Sigo con mi plan de estudios para no perder el tiempo?”… No tardaron ni tres segundos en que el pensamiento que llegó a mi mente fue: “Ámalo, muéstrale… que te importa… llora con él”. Era como si a su joven vida se le escapara lo más profundo de su ser, y yo podía hacer muy poco por ayudarlo. Contuve mis lágrimas y pedí al grupo:
– Digamos una oración por Troy y su mamá –jamás se envió al cielo una plegaria más ferviente. Después de un rato, Troy me miró.
– Creo que ya voy a estar bien -había agotado su reserva de lágrimas; había liberado la carga de su corazón. Esa misma tarde murió su madre.
Cuando asistí a la funeraria, Troy corrió a saludarme. Fue como si me hubiera estado esperando, como si esperara que yo fuera. Cayó entre mis brazos y permaneció ahí por un momento. Pareció recuperar la fuerza y el valor y entonces me condujo al ataúd. Ahí le fue posible mirar el rostro de su madre, hacerle frente a la muerte aunque nunca pudiese comprender su misterio.
Esa noche me retiré a dormir agradecida con dios por haberme dado la buena idea de hacer a un lado mi plan de lectura y sostener con mi corazón el corazón destrozado de un niño.
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