La historia de Hannah Clark, una joven adolescente originaria de Gales, ocupa un lugar preponderante en la revista médica más destacada, The Lancet. Y no es para menos, pues ella,,,
La historia de Hannah Clark, una joven adolescente originaria de Gales, ocupa un lugar preponderante en la revista médica más destacada, The Lancet. Y no es para menos, pues ella,,, Entérese y Sorpréndase, fue la primera persona a la que se le practicó un injerto de corazón como recurso para sanar el suyo propio contra una enfermedad cardíaca congénita y con el cual, vivió toda una década!
Este método, que fue realizado cuando la hoy adolescente contaba con tan sólo dos años de edad, época en que era un tabú que al final arrojó buenos resultado, y que ha convertido a la joven galesa en todo un paradigma de la ciencia.
Hannah y sus 2 Corazones
Clark nació en 1993 con una cardiomiopatía que impedía que su corazón funcionara con normalidad, por lo que, siendo un muy pequeña (dos años de edad) tuvo que ser operada para recibir el corazón de un donante, pero contrario a lo tradicional, éste no fue trasplantando sino injertado junto al suyo.
Las cardiomiopatías aparecen en 1 de cada 100 mil nacimientos y en casos así, los trasplantes son la única alternativa de supervivencia (aunque actualmente se desarrollan corazones mecánicos), pero aún así, las expectativas de vida son pocas y poco favorables; no obstante, existe la posibilidad ‘teórica’ de que el corazón propio se recupere, si el niño vive lo suficiente.
Eso fue precisamente lo que ocurrió en el caso de Hannah, a quien se le unió un corazón ajeno al suyo, y que llevó dentro de su pecho por diez años, hasta que finalmente el suyo se recuperó del todo y pudo ser retirado el injerto. De esto han pasado ya más de tres años y Hannah se encuentra bien de salud, señalan los expertos a cargo de su recuperación.
Los contratiempos
Pero no todo ha sido fácil. A pesar del éxito final, la historia de Hannah ha estado llena de dificultades. Al injertar el corazón del donante, se disminuyó el esfuerzo de la parte izquierda del suyo, lo que le permitió, con el tiempo, recuperarse.
Sin embargo, como con todos los trasplantes, existe un riesgo de rechazo que debe neutralizarse con fármacos supresores del sistema inmunológico.
Esa supresión de las defensas aumenta drásticamente el riesgo de incidencia de cánceres, especialmente el síndrome linfoproliferativo post-trasplante (PTLD) asociado al virus Epstein-Barr (ABV).
Cuatro años y medio después del trasplante, tanto el corazón de Hannah como el del donante (el injertado) funcionaban bien, pero se consideró prematuro extirparle el segundo.
Cuando la niña tenía 8 años los episodios de EBV PTLD se convirtieron en muy graves, y el mal se le extendió, por lo que tuvo que someterse a diferentes tratamientos de quimioterapia y fármacos hasta que el mal retrocedió.
En el año 2003 volvieron los síntomas, por lo que se le volvió a tratar durante dos años más.
En 2005, un ecocardiograma arrojó que, aunque su corazón funcionaba bien, el del donante estaba fallando, ya que los médicos habían tenido que reducir los inmunosupresores para ayudarla a batallar contra el cáncer, lo cual había provocado un rechazo de su cuerpo al órgano.
En vista de que el cáncer no cedía, pese a la eliminación parcial de los fármacos, los facultativos decidieron extirparle el corazón del donante, para poder prescindir totalmente de los medicamentos.
Desde entonces, Hannah se ha recuperado también del ataque del virus. “Gracias a esta operación, llevo una vida normal como mis amigos”, dice la joven paciente de 16 años.
El equipo médico que atendió a Hannah, señaló: “El caso de esta joven ofreció relevantes lecciones a la ciencia médica, para la biología, trasplantes, recuperación cardíaca y enfermedades malignas”.
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