Esta historia pudiera parecer inverosímil, sin embargo, aún antes de la Conquista y según los códices aztecas, toltecas e incluso mayas, los habitantes comunes y corrientes de la época, acostumbraban hacer representaciones teatrales para sus Señores (reyes o emperadores), por medio de las cuales reseñaban acontecimientos del pasado y del momento, siendo éstos a la vez educativos para los niños, y de interés social, militar o comercial para los adultos.
Pero en esta ocasión, relataremos lo que era una representación teatral, satírica de los tiempos de la época Colonial, conocida como Los indios ahorcados de Romita’
Romita, era uno de los tantos barrios que hay en la ciudad de México. Está situado en el noroeste de la capital y en la época Colonial estaba habitado por indígenas pobres y humildes, quienes vivían, conforme a sus condiciones, en casas construidas con adobes o jacales techados con tejamaniles; de esta forma se fueron organizando en estrechas calles y callejones, sin orden. Había ahí una iglesia con su atrio, en un lugar donde había dos enormes y hermosos ahuehuetes.
Este lugar tenía fama porque en él, los contrabandistas, es decir, los que robaban al fisco, hacían de las suyas, se disfrazaban de brujos o naguales, para espantar a los pobres y sencillos indígenas y todo esto para introducir sus mercancías de origen ilegal, sin que nadie los viera ni lo impidiese.
Y cada año, en la época de carnaval, sus pobladores acostumbraban disfrazarse de ‘huehuenches’ (hombres blancos), y así recorrían las calles y barrios contiguos bailando y cantando al son de pequeñas guitarras y violines.
Los indígenas de Romita tenían por costumbre celebrar una fiesta frente a la iglesia del barrio, en donde se hallaba ubicado el atrio del templo y ahí representaban una farsa que recibía el nombre de ‘Los Ahorcados’. No se sabe de dónde se originó esa costumbre, lo más probable que provenga de algún antiguo hecho histórico o quizá haya sido producto de la fantasía, con el único propósito de divertir a la gente.
Pero lo curioso era que los actores de la obra, a pesar de no saber leer ni escribir, se sabían muy bien su ‘papel’ ya que se lo tenían que aprender de memoria’. Se vestían con el traje alusivo al papel que estaban representando y que en más de las ocasiones rayaba en lo ridículo, pues hay que tener en cuenta que la finalidad principal de la obra era divertir y hacer reír a la gente.
Intervenían en la representación los siguientes personajes: Juez, escribano, fraile, pregonero, reos, testigos, alguaciles, verdugos y viudas. La representación comenzaba después del mediodía y terminaba al caer el sol por la tarde. Acostumbraban levantar un tablado donde ponían la mesa del juez, provista de todos los elementos necesarios para su función, es decir, pluma, tintero, pergamino, etc., y a un lado se colocaban las horcas donde supuestamente sería ejecutada la sentencia.
A la obra asistía toda la gente del barrio. El tema objeto de la obra consistía en presentar a los acusados, quienes se vestían con sambenitos y corozas, como si realmente fuesen reos de la Inquisición quienes eran conducidos por los alguaciles que llevaban empuñando en las manos unas varas altas y se presentaban en la mesa, donde ya los esperaba el juez. Los testigos declaraban y hacían sus confesiones en tanto que los presuntos reos oían los argumentos callados y cabizbajos, mientras que el público entretenido, pasaba del llanto a la risa, por lo gracioso que resultaba todo aquello.
Terminando de escuchar las declaraciones, el juez se inclinaba sobre la mesa, meditaba sobre todo lo que había escuchado y tomaba con mucha pausa su pluma de ave y la remojaba en el tintero (un pequeño jarro de barro); hacía como que escribía en un pergamino y entregaba la sentencia al pregonero, quien en voz alta leía la sentencia al público. Mientras tanto los reos se confesaban con el sacerdote y una vez absueltos de sus pecados y al concluir el pregonero su oficio, se procedía a la ejecución; los verdugos se disponían a cumplir su cometido, se apoderaban con brusquedad de los reos y los izaban amarrados por la cintura, valiéndose de las cuerdas de la horca y ya levantados éstos, se presentaban las viudas llorando abundantemente, solicitando que les entregaran los cadáveres para darles cristiana sepultura.
Las crónicas de la Colonia dicen que la obra era sumamente divertida y que el público se divertía mucho. Una vez terminada la representación, la gente se retiraba satisfecha y sonriente, comentando lo que habían visto sobre el escenario. Y se aprestaban a dejar que pasara un año para que nuevamente llegara el momento de ir a ver a:
‘Los indios ahorcados de Romita’..
Esperamos que esta historia haya sido de su agrado, porque aún hay bastantes Cuentos y Leyendas de la Colonia que seguiremos publicando.
Comparte
Siguenos en Redes Sociales
El Aviso Magazine El Aviso Magazine El Aviso Magazine