Lucía tuvo un mal día. Temprano por la mañana la caldera de gas se rompió e inundó la cocina. Cuando llegó a la tienda donde trabaja hizo cambios en el escaparate y su jefa la descalificó, avergonzándola. Al salir del trabajo decidió dar un paseo en vez de volver a casa, pero como estaba muy estresada e iba distraída rumiando lo que había sucedido, tropezó y se torció un tobillo.
Todos tenemos algunas de estas rachas cotidianas de malos momentos, debido a problemas, conflictos o adversidades en nuestra salud, relaciones, trabajo, pareja, estudios, o en cualquiera de las múltiples otras facetas de nuestra vida.
“De hecho, esas situaciones del día a día, esas cosas en la vida que nos ponen a prueba, son las que tienen más influencia en nuestro estado emocional. Si no las gestionamos y ‘digerimos bien’, de modo que no queden residuos emocionales, son como gotas que van llenando un vaso”, señala la psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González (www.anabelGonzález.es).
González es doctora en Medicina y especialista en Criminología y directiva de la Sociedad Europea de Trauma y Disociación y señala que, como psiquiatra, siempre se ha interesado por quienes han sufrido experiencias difíciles y cómo consiguen superar estas vivencias para llevar una vida gratificante.
De este aspecto psicológico, al que González llama “regulación emocional” trata su último libro, ‘Lo bueno de tener un mal día’.
Pero ¿y si no se trata solo de un mal momento, sino de algo que altera por completo nuestra vida, supone un peligro para nosotros o nuestros seres queridos y le da la vuelta a todo lo que creíamos sobre las cosas, como la COVID-19?
“La pandemia nos ha hecho ver cómo funcionan nuestros sistemas de regulación emocional en una situación que se sale de todo lo que antes habíamos vivido, que hace tambalearse todas nuestras rutinas y certezas”, señala.
Explica que, al declararse la pandemia, algunos no tuvieron miedo (o lo suprimieron porque no podían gestionarlo) siendo imprudentes; y otros tuvieron demasiado miedo y entraron en pánico, haciendo cosas no reflexivas y a menudo desacertadas.
Recuerda que, durante el confinamiento, algunas personas cayeron en el autoabandono, otras se automachacaron (diciéndose por dentro cosas que les hacen mal), un tercer grupo buscó modos de cuidarse apoyándose en otras personas, y también hubo quienes efectuaron actividades continuas en un intento de no pensar ni sentir.
Estas son algunas de las claves de supervivencia emocional que esta experta recomienda aplicar para afrontar la COVID-19:
Es normal tener miedo, es lógico sentir incertidumbre y estar preocupados por las consecuencias de todo esto.
Estas emociones ayudan a que nos movamos en la buena dirección: gracias al miedo tomamos medidas de precaución; gracias a la incertidumbre nos ponemos a buscar qué hacer; gracias a la preocupación hacemos planes.
Necesitamos sentir para actuar. No tratemos de suprimir, evitar o controlar lo que sentimos, más bien, aprendamos a cuidar de nuestras emociones.
Las personas que menos consecuencias psicológicas sufren después de atravesar situaciones traumáticas son las que pudieron hacer algo con la situación.
Si al menos organizamos el día, empezamos a preparar algo que nos sirva cuando esto termine o, simplemente, aprovechamos para poner orden en la casa, leer esos libros que nunca teníamos tiempo de leer o hacer cosas de nuestra ‘lista de temas pendientes’, compensaremos el caos con una sensación de eficacia personal, y de paso sacaremos algo productivo.
La era digital nos permite un gran nivel de conexión virtual, sin olvidar las llamadas por teléfono.
Que no podamos hacer las cosas que antes hacíamos no significa que no podamos buscar una solución creativa que nos aporte lo mismo. Tener que evitar el contacto físico y social, o estar aislados, no nos obliga a estar solos.
En esta conexión social hay algo más que compañía: son lazos de apoyo mutuo. Los seres humanos somos seres sociales. Si sentimos que podemos hacer algo por alguien, mediante un gesto de ayuda o una iniciativa solidaria, bajará nuestra impotencia por los elementos de esta situación que no podemos manejar.
Comunicar lo que sentimos es un recurso muy importante para regular nuestras emociones, no solo poniendo palabras a lo que sentimos, algo que a muchas personas les cuesta, sino también con las miradas y los gestos, dejando que el cuerpo ‘hable’.
Compartir nuestros sentimientos con otros ayuda a llevar a cabo diversos procesos que contribuyen a la regulación de nuestras emociones. Nos permite introducir consuelo que nos apoya frente a la tristeza y a descargar tensión si estamos enfadados.
Por María Jesús Ribas.// EFE/REPORTAJES
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